BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

MÉXICO EN LA ALDEA GLOBAL

Coordinador: Alfredo Rojas Díaz Durán

 

 

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DINÁMICA DE LA MODERNIDAD ILUSTRADA

El clásico optimismo positivista no perderá su sonrisa aun a mitad del Apocalipsis, al lado de su particular aversión a toda caída, lo malo, caótico, primitivo, instintivo o la simple pérdida de progreso. Esto significa que los modernos se han levantado todos los días para imponer orden a un caos que nunca cesa, un caos que todos reflejan y generan pero que nadie acepta. Esperan religiosamente ser sólo ordenados y llegar al día del orden final. Pero no sólo de orden vive la naturaleza, incluido el ser humano. Los apolíneos y optimistas modernos se levantan todos los días predicándose uno al otro: “sé positivo”, “muy bien”, “buen muchacho”, “haz el bien”, “te debe ir bien”, “sé ordenado”, “el número uno”, “progresa”, “buen intento”; en fin, cosas de “santos”, puro bueno, nada malo, puro para arriba, nada para abajo.

Por eso es que los modernos no saben qué es la pobreza cuando a cualquier caída le llaman desgracia; tampoco saben qué es riqueza porque se reduce a una acumulación inmisericorde de objetos. No aceptar lo bueno y lo malo, hace perder el verdadero gusto por la vida; por ello, los modernos deambulan más con cara de neuróticos obsesivos que del paraíso mercantil que pregonan. Cada uno se ha vendido al otro un darwinismo exacerbado: que para sobrevivir es necesario vencer al otro y no a sí mismos, convirtiéndose entonces en enemigos acérrimos uno del otro. En el campo de los negocios es “normal” comportarse así, pero ¿extender el látigo del cálculo mercantil a todas las relaciones sociales, incluidas la amistad, la familia, la ética, la política, hasta la religión, creatividad, ciencia, arte y el trabajo?
El sistema de competencia moderno, lleva a que los que ascienden y más se benefician sean los más ambiciosos y oportunistas y no los más virtuosos de entre todos. Esto es la modernidad, una pésima y espantosa estrategia social; dado que si, en efecto, todos nos vencemos, entonces nadie sobrevive.

No se sabe de especie alguna, cuyos individuos se hayan enfrentado masivamente uno al otro y hayan sobrevivido; lo que vemos que ha predominado es la cooperación. Para sobrevivir es necesario coexistir. ¡El juego suma cero! El estilo de vida moderno de origen judeoprotestante, el estilo de los excesos, no es ejemplo único ni trascendente a seguir en ningún caso; más bien se trata de un mal ejemplo, de un sujeto agónico, de un mal sueño. No es posible generalizar un modo de vida insostenible. Si el consumo promedio de los ciudadanos del primer mundo se generalizara a toda la población mundial, sólo podría ser sostenido por un planeta más de diez veces mayor que la Tierra. Por ello, para un décimo cuarto diálogo profundo: cuando creemos que todo mundo debería modernizarse o que los exacerbados lujos modernos sean la medida de toda cultura, nos comportamos entonces como cualquier fundamentalista, como sacerdotes de la religión del dinero.

La modernidad no ha hecho más que hacer aparecer a cualquier objeto o deseo como necesario, cuando lo único necesario para sobrevivir es comer, dormir, respirar y reproducirse. La modernidad es el culto de “las nuevas” formas y maneras, la religión de lo nuevo siempre supera lo viejo, el teatro de las apariencias y vanidades, el triunfo de la figura sobre lo figurado (Lyotard) o de la hiperrealidad sobre la realidad (Baudrillard).86 La modernidad es una época caracterizada de excesivo consumo, aumenta drásticamente número y variedad de intercambios, de ahí su mayor fortaleza pero también su mayor debilidad, pues nadie puede obligar a otro a consumir más allá de lo que considere. Pero, el mayor enemigo del consumismo no es que la pérdida de expectativas disminuya el consumo, sino la insostenibilidad material de lujos innecesarios en el corto plazo. Por lo que, no se observa en el futuro mejor opción que, ajustar las bandas de frecuencia para un consumo cada vez más bajo no para un consumo siempre creciente, así como, bajas drásticas de expectativas de consumo. Para ello, las peores críticas a Occidente, provienen de posmodernos e integralistas occidentales que van más allá de globalifilios y globalifóbicos.

Los posmodernos criticamos a la modernidad por ser demasiado esperancista, pero no pedimos la pérdida de la esperanza, sino su equilibrio con la desesperanza. Los integralistas criticamos los excesos y falta de ética de los modernos, pero no pedimos la extinción de la modernidad, sino su sustantividad. Los integralistas no creemos que basta con denunciar la desigualdad y explotación económica, hacer la revolución e instalar otro estado, la causa última de lo social no es la economía, detrás de la economía están los valores en la cabeza de cada quien produciendo todo lo social. La situación del individuo es lo más sustantivo de lo social, así que, los integralistas vamos directamente a la transformación de los valores, al cambio en cada quien y la tolerancia mutua: el mejor camino para la paz, la libertad y la democracia. Los políticos modernos sólo piensan en crecer, los políticos postmodernos en prever los efectos de largo plazo de las decisiones que toman. Así que, en décimo quinto lugar, para un diálogo profundo, parece ser que todos y cada uno de los seres humanos, más no Dios, somos únicos responsables de las consecuencias infinitas de todo lo que hacemos y decimos, nadie más.

No tiene caso pensar a la realidad desde fuera, si en realidad no existe el “afuera”, creer que existe es sólo un autoengaño. Y, cuando se piensa dentro de la realidad, se cae necesariamente en un pensamiento unitario. Por esto es que, ser integralista es distinto de ser neoliberal, financiero global, sustentabilista, neomarxista, de calidad total productivista, ni de choque de civilizaciones, que se nutren de las ideas integrales originadas en escritos milenarios, pero reducidas a slogans positivistas. Los dueños del dinero, los gobiernos, la ONU, al descontextualizar las ideas integralistas para sus propios fines mercantiles, nos hace aparecer a los integralistas como ideólogos de sus caprichos megalomaníacos.

El Consenso de Washington adoptó el “desarrollo sustentable”, pero los que firmaron no han hecho nada sustentable mucho menos integral. Pareciera, como si de pronto, los integralistas amanecimos en la derecha, pero no es así. Los integralistas, usualmente nos dedicamos al conocimiento y no tenemos tiempo para el poder y las riquezas, tampoco hacemos ideas pensando en aumentar la productividad, ganar guerras, promover una dictadura global, ni escribimos para la derecha o para la izquierda: escribimos para todos. Es la imposición de un pensar frío y extraño como el positivista por sobre el pensar unitario, la que nos ha llevado al egoísmo exacerbado, a la fragmentación que provoca enfrentamiento creciente y a la destrucción inmisericorde del entorno sagrado. Por ello, el integralismo reúne los fragmentos. Así que, para un décimo sexto diálogo profundo: el mundo se ha vuelto una bomba de tiempo y, si queremos sobrevivir, queramos o no, pronto ya no quedará más remedio que plegarnos a la realidad y convivir con ella sin mayores pretensiones. La negación y postergación acumulada de los efectos negativos de nuestras acciones, nos ha llevado ya ante todo o nada.


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